miércoles, 30 de marzo de 2016

TRABAJO PRÁCTICO N° 2

REALIZAR EN GRUPO DE 3 O 4 ALUMNOS
NOMBRES: 

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA (por Manuel Comesaña)

a) Lea detenidamente y subraye las ideas principales
b) Explique la siguiente expresión : “lo que hoy consideramos filosofía y lo que hoy consideramos ciencia nació todo junto, mezclado, y su separación, que ni siquiera ahora es completa, se fue produciendo muy lentamente-a medida que los problemas se tornaban solucionables […]. De modo que muchos de los actuales problemas científicos, en disciplinas que van desde la física hasta la ciencia política, fueron antes problemas filosóficos”.
c) ¿Por qué se sostiene que los problemas filosóficos no se pueden resolver?
d) ¿Cuál es el valor de participar en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden resolver?
e) Qué significa la expresión latina “ceteris paribus”
f) ¿Cuáles serían las disciplinas duras, y cuáles serían las disciplinas blandas?, explique con ejemplos
g) ¿Para qué cree el autor que sirve la Filosofía?
La filosofía de la ciencia, como su nombre lo indica, es la rama de la filosofía que se pregunta qué es la ciencia, dividiendo esta pregunta en otras más chicas, como, por ejemplo, "¿Cuál es el método que aplican los científicos-si es que aplican alguno-en la aceptación y rechazo de teorías?" Al igual que las demás ramas de la filosofía, la filosofía de la ciencia consiste en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden resolver. Por supuesto, no todos están de acuerdo con esta manera de entender la filosofía: los que proponen alguna solución para un problema filosófico suelen estar convencidos de que en efecto lo han resuelto. Justamente, uno de los problemas filosóficos no resueltos es el que se expresa en la pregunta "¿Qué es la filosofía?" Yo suscribo una concepción de la filosofía muy difundida según la cual los problemas filosóficos no son solucionables, esto es, no sólo no se han resuelto hasta ahora sino que no se pueden resolver. A veces un problema filosófico se torna solucionable; es lo que sucede cuando los especialistas en el tema se ponen de acuerdo en cómo hay que tratarlo, en cuál es el método para tratar de resolverlo. Pero, cuando ocurre esto, el problema deja de ser filosófico y pasa a formar parte de una disciplina científica independiente de la filosofía-aunque ésta no es una cuestión de todo o nada, y algunos problemas se ubican en una difusa zona intermedia. Esta es la diferencia fundamental entre la ciencia y la filosofía. Para decirlo con la demasiado célebre terminología de Kuhn, la filosofía se encuentra siempre en el período anterior al paradigma, y cada vez que el tratamiento de un tema por parte de los especialistas supera ese estadio, el tema deja de ser filosófico para convertirse en científico, debido a que, como dice Peter Medawar, "la ciencia es el arte de lo solucionable." Así, por ejemplo, la pregunta con la que nació la filosofía occidental, a saber, "¿De qué está hecho el mundo?" pertenece desde hace mucho a la física. Tal vez no sea éste el mejor ejemplo, ya que se trata de una parte de la física cuyo límite con la filosofía es borroso. Sea como fuere, lo que hoy consideramos filosofía y lo que hoy consideramos ciencia nació todo junto, mezclado, y su separación, que ni siquiera ahora es completa, se fue produciendo muy lentamente-a medida que los problemas se tornaban solucionables-; todavía el principal libro de Newton se llamó Principios matemáticos de la filosofía natural. De modo que muchos de los actuales problemas científicos, en disciplinas que van desde la física hasta la ciencia política, fueron antes problemas filosóficos.

Algunos dudan de que un problema insolucionable pueda convertirse en solucionable; piensan que si ahora es solucionable, entonces lo fue siempre, o bien que no es en realidad el mismo problema, aunque a primera vista pueda parecerlo. Creo que, para los fines de este trabajo, la objeción admite una respuesta sencilla, a saber: hay dos clases de insolucionabilidad, la absoluta y la relativa. Los problemas absolutamente insolucionables nunca se vuelven solucionables; los relativamente insolucionables, sí, al cambiar ciertas condiciones. Este cambio en las condiciones no acarrea necesariamente ningún cambio en la formulación del problema, que puede muy bien seguir siendo el mismo. Problemas filosóficos hay de las dos clases: los que nunca se tornan solucionables y los que sí, con lo cual dejan de ser filosóficos y se convierten en problemas científicos.

Una respuesta más complicada a la misma objeción consiste en decir que las propiedades disposicionales-incluidas las propiedades disposicionales negativas-pueden perderse, y pueden no ser definitorias o esenciales. Un vaso irrompible puede dejar de serlo sin dejar de ser el mismo vaso y sin que su fragilidad sea retroactiva. ¿Qué quiere decir que un vaso es irrompible? Si le creemos a Quine (Cf. From Stimulus to Science, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1995, p. 21), quiere decir que su estructura microscópica impide que se rompa a causa de golpes que los vasos comunes no resistirían. Y, obviamente, si esa estructura cambia y el vaso deja de ser irrompible, el cambio no es retroactivo. Si no le creemos, su concepción de las disposiciones basta para mostrar que la cuestión es opinable, como lo son todas las cuestiones filosóficas. Dicho sea de paso, Quine es seguramente uno de los que no estarían de acuerdo con esta última afirmación; más bien opinaría, con Wittgenstein, que las discusiones filosóficas son la escalera que se tira después de haber subido. Pero hasta ahora la filosofía consiste solamente en escaleras, y no se sabe de nadie que ya esté arriba.

Por supuesto, los problemas filosóficos no se vuelven solucionables de golpe. Se trata de procesos largos, con etapas intermedias durante las cuales es posible tener la fundada impresión de que los datos empíricos son capaces de influir en la discusión filosófica. Creo que esta impresión es una de las fuentes del naturalismo filosófico que ha vuelto a estar de moda desde hace unos cuantos años. Pero me parece que se equivocan los que defienden versiones extremas de este naturalismo según las cuales todos los problemas filosóficos, en cualquier etapa de su historia, pueden ser resueltos por la investigación científica. Desde luego, uno puede hacer verdadera esta última afirmación decidiendo que los problemas no solucionables son en realidad seudoproblemas de los cuales no vale la pena ocuparse. Pero esta maniobra constituye una petición de principio en contra de la filosofía. Por otra parte, algunos problemas filosóficos, por ser demasiado básicos y generales, nunca se tornan solucionables; esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la cuestión de si hay un mundo externo.

Si la filosofía tiene estas características, no es fácil ver qué utilidad puede tener, esto es, qué servicios puede prestar fuera de ella misma. Ahora se habla de filosofía aplicada, y en particular de ética aplicada, pero yo no he logrado entender de qué se trata. Por supuesto, es posible aplicar una teoría filosófica, pero no es posible aplicar una rama entera de la filosofía si en ella hay teorías que rivalizan sobre los fundamentos mismos de la disciplina; dicho de otro modo, es posible aplicar una propuesta de solución, pero no una discusión abierta sobre un problema no resuelto. La diferencia entre esas dos cosas está muy bien expresada en esta observación de Kuhn: "Cuando digo que la filosofía no ha progresado, no quiero decir que no haya progresado el aristotelismo; quiero decir que todavía hay aristotélicos." La frase citada no se refiere a la aplicabilidad sino al progreso, pero en el presente contexto ambas cuestiones son enteramente análogas: cuando digo que la filosofía no es aplicable, no quiero decir que no sea aplicable el aristotelismo.

¿Y por qué participar en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden resolver? Por varias razones. En primer lugar, a algunos les gusta, y, dentro de ciertos límites, todo el mundo tiene derecho a hacer lo que le gusta. Como dice Tarski, "la cuestión del valor de una investigación cualquiera no puede contestarse adecuadamente sin tener en cuenta la satisfacción intelectual que producen los resultados de esa investigación a quienes la comprenden y estiman." En segundo término, la filosofía cumple una función crítica con respecto a todas las pretensiones de conocimiento, función crítica que en algunos casos resulta útil: "Es preferible-decía Bertrand Russell-una incertidumbre fundada a una certidumbre infundada." No creo que esto se aplique a todas las situaciones: en la vida cotidiana, dar por sentada la existencia de objetos externos-es decir, comportarse como "realista ingenuo," o aceptar lo que Quine llama "la teoría de los objetos físicos"-parece más práctico que ponerla en duda. Pero en algunas situaciones resulta útil cuestionar certezas, por ejemplo, certezas políticas-aunque más no sea porque siempre se asesina en nombre de certezas, nunca en nombre de dudas, y el filósofo es, ceteris paribus, el mejor entrenado de los cuestionadores (tal vez sea esta actividad de cuestionamiento lo que algunos llaman "filosofía aplicada"). Y, tercero, a veces los problemas filosóficos se tornan, como ya se dijo, solucionables, y la discusión filosófica cede el lugar a una especialidad científica. En estos casos, como dice Keith Lehrer, "la filosofía pierde algunos de sus temas de estudio a causa de su propio éxito."

A la filosofía de la ciencia lo que se le suele exigir es que le resulte útil a la ciencia, cosa que sólo sería posible si algún problema epistemológico (empleo la palabra "epistemología" como sinónima de "teoría del conocimiento científico," o incluso de "filosofía de la ciencia") se hubiera resuelto. Algunos creen que, en efecto, esto ha ocurrido. Así, por ejemplo, los partidarios de la llamada concepción estructuralista de las teorías científicas están convencidos de haber resuelto un problema epistemológico, el expresado por la pregunta "¿Qué es una teoría científica?" y entonces se dedican a aplicar la solución que supuestamente han encontrado, esto es, a reconstruir teorías científicas de la manera que a ellos les parece correcta, en vez de seguir participando en discusiones sobre este y otros problemas epistemológicos, actividad que suelen considerar más bien inútil. De acuerdo con la caracterización de la filosofía antes esbozada, hay al respecto dos posibilidades: o bien están equivocados, y entonces la discusión filosófica acerca de qué es una teoría científica no ha terminado, o bien tienen razón, en cuyo caso lo que ellos hacen ya no es filosofía de la ciencia sino una nueva especialidad científica, posibilidad esta última que probablemente no les disguste.

Esta diferencia entre ciencia y filosofía no es un capricho terminológico; se trata de actividades distintas, que requieren vocaciones también distintas. Para decirlo de nuevo con el servicial léxico de Kuhn, una cosa es ser un investigador "normal," que se dedica a resolver problemas, y otra cosa muy distinta es participar en discusiones interminables sobre temas que se encuentran en un estado permanente de "crisis" (o de "preciencia," lo que para el caso es lo mismo). La mayor parte de los que desarrollan alguna actividad teórica prefieren, muy razonablemente, lo primero, y entonces optan por dedicarse a la ciencia. A una minoría, en cambio, las interminables discusiones filosóficas le producen un placer intelectual difícil de explicar. Y no son pocos los que, dedicándose a la filosofía debido a un error vocacional, se ubican en una categoría mixta: tienen la necesidad psicológica de desarrollar una actividad "normal" y se impacientan frente a discusiones que no terminan y problemas que no se resuelven, pero se ocupan de problemas filosóficos. Estos últimos suelen resolver el conflicto mediante una mezcla indebida de ambas cosas: cada vez que se convencen de algo se sienten absolutamente seguros de haber resuelto el problema respectivo, y son, así, filósofos llenos de certezas y con pocas dudas.

También los manuales y cursos de "metodología de la ciencia" suelen dar por resueltos ciertos problemas epistemológicos fundamentales, en particular el problema de cuál es el "método científico." No es casual que en estos casos se hable de "metodología" o de "epistemología," y no de "filosofía de la ciencia," rótulo que inevitablemente evoca más problemas que soluciones, y que, debido a eso, se vende mucho menos. Lo que vagamente prometen esos manuales y cursos es que nos van a enseñar cómo llevar a cabo investigaciones científicas exitosas, promesa que, por supuesto, no pueden cumplir. Nadie puede enseñarnos un método mecánico para llevar a cabo buenas investigaciones por la sencilla razón de que semejante método no existe; si existiera, la ciencia podría ser hecha por máquinas (tengo entendido que en los últimos veinte años se ha avanzado algo en esta dirección, pero no tanto como para asegurar que en un futuro previsible se podrá prescindir de los científicos humanos). Lo que se puede aprender acerca de cómo investigar en determinada disciplina, área o tema, consiste en habilidades no algorítmicas que sólo se pueden adquirir trabajando bajo la dirección de un maestro que sea especialista en la materia. A la metodología de la investigación se la debe entender como la discusión filosófica de problemas relacionados con el método científico en general (incluida la discusión acerca de si existe semejante cosa). Entre esas dos cosas: el trabajo bajo la dirección de un especialista y la metodología entendida como parte de la filosofía de la ciencia, no hay nada intermedio; lo que habitualmente se ofrece en esta franja consiste en observaciones triviales sobre los "pasos" o "etapas" de la investigación, mezcladas con un poco de estadística y a veces también con recomendaciones estilísticas tan razonables e interesantes como la de expresar una sola idea por párrafo.

Me gustaría decir ahora para qué creo que sí sirve la filosofía de la ciencia.
1. En primer lugar, les sirve a los filosófos de la ciencia para poder dedicarse a lo que les gusta. ¿Tienen derecho a cobrar por eso? En principio-es decir, trasladando la carga de la prueba al que sostenga lo contrario, tanto como cualquier especialista en otra disciplina.

2. En las etapas de preciencia y de crisis todas las disciplinas incluyen un elevado porcentaje de discusión epistemológica, como sigue ocurriendo ahora en las ciencias sociales y humanas, y también en las áreas de frontera de las disciplinas "duras." Es fácil comprobar que la epistemología más o menos "espontánea" que los científicos producen en tales situaciones, es, ceteris paribus, inferior en calidad a la que pueden aportar verdaderos especialistas en epistemología.

3. Algunos científicos "normales" no se conforman con practicar su especialidad sino que además quieren opinar sobre ella y/o sobre la ciencia en general, cosa que, por la razón mencionada en el punto anterior, sólo pueden hacer idóneamente con el asesoramiento del filósofo de la ciencia.

4. A veces se discute acerca de quiénes deben administrar la ciencia; algunos opinan que debe ser administrada por científicos elegidos entre los mejores, y otros, que debe serlo por sociólogos especializados en política científica, o algo por el estilo. Mi opinión, que sin duda es la mera racionalización de un interés gremial, es que la ciencia debe ser administrada por filósofos de la ciencia (o que éstos, como mínimo, deben asesorar a quienes la administren). La razón es que los criterios que se aplican al evaluar investigaciones sólo pueden proceder de las concepciones de la ciencia que compiten entre sí en la epistemología actual, y el único especialista en ese debate es el filósofo de la ciencia. Cuando la ciencia es administrada por científicos, cada uno de éstos tiende a extrapolar a todas las disciplinas lo que sólo vale para la suya. La propuesta que acabo de formular requiere algunas aclaraciones.

a. No estoy sosteniendo que las investigaciones deban ser evaluadas por epistemólogos; estoy sosteniendo que la ciencia debe ser administrada por epistemólogos. La calidad intrínseca de lo que hace un investigador sólo puede ser juzgada por sus pares. Pero, al diseñar formularios para presentar proyectos de investigación, exponer resultados y evaluar ambas cosas, es necesario tomar decisiones concernientes a problemas metodológicos generales, y ese aspecto debería estar a cargo de epistemólogos, cuya competencia profesional se cuenta desde hace mucho entre las más altamente especializadas.

b. Cuando digo que la ciencia debería ser administrada por filósofos de la ciencia, me refiero solamente a los aspectos académicos de la cuestión, esto es, a cosas como diseñar los formularios mencionados en el punto anterior. En cambio, la cuestión de cómo distribuir los recursos entre distintas líneas de investigación, y, en general, toda la política científica, debe ser discutida por el mayor número posible de personas.

c. La propuesta de que sean filósofos de la ciencia los que administren la ciencia tiene al menos un inconveniente. Entre los científicos "normales" es relativamente fácil seleccionar a los mejores aplicando criterios imparciales, cosa que no ocurre en la disciplinas "blandas," incluida la filosofía. Esta diferencia se debe a que sólo en el primer caso hay un límite nítido entre la discrepancia seria y la no pertenencia a la comunidad profesional de que se trate. Para decirlo una vez más con palabras de Kuhn, "alguien que hoy defienda la teoría del flogisto no es un físico disidente; sencillamente, no es un físico." En cambio, cualquiera que se diga epistemólogo puede pasar por serlo. Y no es posible trazar un límite imparcial entre discrepancia y no pertenencia a la comunidad epistemológica. Yo trazo uno no imparcial, es decir, uno dictado por mis preferencias teóricas. Según este criterio, alguien puede ser un epistemólogo sólo si sabe algo de lógica; digamos, si es capaz de dar un curso introductorio sin tener que preparar cada clase desde cero. Para mí, alguien que no pueda hacer eso no es un epistemólogo disidente; sencillamente, no es un epistemólogo.

PROFESOR: EDUARDO F.  CAÑUETO

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