ACTIVIDADES:
1.
Lea detenidamente el texto
2.
Explique la teoría de la
generación espontánea, y su hipótesis rival
3.
Identifique el experimento que
Pasteur realizara para refutar la tesis de la “generación espontánea”
4.
Describa desde una “perspectiva whig” el debate sobre la generación
espontánea.
5.
Describa desde una “perspectiva
antiwhig” el debate sobre la generación espontánea
A fines del siglo XVII, la problemática sobre la generación espontánea
de los microorganismos, varias veces echada por tierra, aún seguía viva. Esta
polémica tenía ya casi dos siglos: había sido iniciada por Jan van Helmont
(1577-1644) con un experimento de generación espontánea. Por otra parte,
Francisco Redi (1626-1697) había logrado la refutación de la generación espontánea
en gusanos. La polémica se había reabierto con Antoni van Leeuwenhoek
(1632-1723), quien había mostrado microorganismos que aparentemente aparecían
por generación espontánea bajo el microscopio. En 1768, Spallanzani, dudó de
los resultados de los últimos experimentos que apoyaban la generación
espontánea, que habían sido realizados en 1748 por John Needham (1713-1781).
Repitió los pasos de Needham, pero en condiciones más rigurosas y controladas.
Así pudo concluir que la generación espontánea no se producía. Sin embargo, en
1858 todavía quedaban dudas. Es en ese entonces que Louis Pasteur (1822-1895)
entra en la escena de esta encendida y antigua polémica. Pasteur fue un
científico prolífico. Sus estudios abarcaron los temas más diversos y muchos constituyeron
verdaderas proezas científicas. Este químico francés, entre muchas otras cosas,
sentó las bases de la cirugía aséptica, realizó estudios que ayudaron a atacar
el carbunco, produjo una vacuna contra la rabia y salvó a la industria de la
seda francesa de la extinción al dilucidar cómo se transmitía una enfermedad
que atacaba al gusano de seda. En 1858, Pasteur hizo su ingreso en la candente
problemática de la generación espontánea. El 20 de diciembre de 1858, en una
nota dirigida a la Academia de Ciencias, el director del Museo de Historia
Natural de Ruan, Félix-Archimède Pouchet (1800-1876), se definió claramente en
favor de la generación espontánea y publicó al año siguiente un volumen sobre
L'Hétérogénie ou Traité de la génération spontanée. "Cuando la meditación
me llevó a la certeza de que la generación espontánea es todavía uno de los
medios empleados por la Naturaleza para la reproducción de los seres, me
dediqué a descubrir mediante qué procedimientos podrían evidenciarse estos
fenómenos." Tan categórica afirmación provocó numerosas réplicas, y
Pasteur escribió a Pouchet: "Pienso que cometéis un error, no al creer en
la generación espontánea (porque en semejante problema es difícil no tener
ideas preconcebidas), sino al afirmar la generación espontánea. En las ciencias
experimentales es siempre erróneo no dudar mientras los hechos no nos obliguen
a hacer una afirmación. En mi opinión, se trata de un asunto en el que se
carece por completo de pruebas decisivas." Para sostener su afirmación,
Pouchet realizó varios experimentos. Entre ellos, sobre una cuba de mercurio
introdujo con la boca hacia abajo, un frasco lleno de agua destilada y hervida,
lo destapó, instiló en él un poco de oxígeno y de nitrógeno obtenidos por
métodos químicos, y luego una borra de heno extraída de otro frasco que había
mantenido en una estufa durante veinte minutos. Después de algunos días, el
agua estaba llena de microorganismos. Pasteur cuestionó la introducción de
"aire común" al que adjudica la contaminación microbiana del
mercurio. Inicia así las experiencias contundentes que pondrán fin a un debate
milenario. A pesar de los resultados de Pasteur, Pouchet no se mostró vencido y
continuó sus experimentos.
En 1864, la discusión acerca de la
generación espontánea de los microorganismos se había vuelto tan fogosa que la
Academia de Ciencias de París ofreció un premio para los experimentos que
arrojaran nueva luz sobre el problema. Los experimentos debían hacerse en el
Museo de Historia Natural con requisitos claramente establecidos. Los
partidarios de la generación espontánea tenían sus propios programas preparados
y se retiraron en actitud de protesta. Solo quedó Louis Pasteur (1822-1895)
para realizar las investigaciones. Pero si los partidarios de la generación
espontánea hubieran realizado las experiencias, Pasteur habría perdido el
debate. Pasteur usaba agua de levadura para sus cultivos mientras que su
contendiente más feroz, Félix-Archimède Pouchet (1800-1876), utilizaba agua de
heno, que hoy sabemos que contiene gérmenes que no mueren a 100 °C y que se
desarrollan ante la entrada de una pequeña cantidad de oxígeno. Este hecho,
como veremos, le habría otorgado el triunfo en la compulsa. Tiempo después
Pasteur descubrió que si no se alcanzaba una temperatura de 120 °C no había
seguridad de matar a todos los gérmenes. Este descubrimiento determinó que, a
partir de ese momento, el autoclave –un instrumento que permite alcanzar el
punto de ebullición a temperaturas mayores de 100 ºC– pasara a ser un elemento
indispensable para la antisepsia. Pasteur advirtió la necesidad, no sólo de
usar un autoclave, sino también de esterilizar al fuego los instrumentos y los
aparatos que se utilizaran. Para destruir todos los gérmenes, era necesario
pasar los instrumentos por la llama, que los eliminaría más fácilmente mientras
más secos estuvieran. Llamativamente, a pesar de los contundentes resultados de
Pasteur, la victoria de los detractores de la idea de la generación espontánea
aún no era completa. Poco tiempo después de la muerte de Claude Bernard
(1813-1878), la Revue Scientifique publicó artículos de su autoría sobre el
proceso de fermentación. Pasteur sostenía que la fermentación era obra directa
de algún ser vivo, mientras que Claude Bernard atribuía a los fermentos no sólo
el proceso de fermentación, sino también la formación de los microbios que lo
acompaña; la generación espontánea nuevamente en escena. Para Bernard, la
fermentación comenzaba sin gérmenes mientras que Pasteur sostenía que la
presencia de gérmenes era indispensable para que la fermentación se iniciara.
Ante esta disyuntiva, Pasteur construyó un invernadero hermético. Puso en él
uvas a crecer, libres de microbios –ya que éstos se depositan en la maduración
de la fruta–. Para evitar la contaminación, rodeó los racimos con algodón.
Llegada la época de recolección, se aplastaron las uvas y se colocaron en un
ambiente calefaccionado para favorecer la fermentación. El resultado fue
definitorio: la fermentación no se produjo en las uvas crecidas en ausencia de
microbios, mientras que los racimos que no estaban en el invernadero comenzaron
a fermentar a las 48 horas. Luego, al exponer los racimos protegidos al aire o
agregarles algunos granos de los racimos previamente expuestos, la fermentación
se inició. Los resultados fueron concluyentes: nada podía suplir el papel de
los gérmenes en el proceso de fermentación, ni ningún fermento podía hacer que
surgieran. Entre los muchos experimentos que realizó Pasteur para desechar la
generación espontánea, uno merece especial énfasis por su gran simplicidad y su
carácter decisivo. Pasteur usó matraces con cuello de cisne que permitían la
entrada del oxígeno –elemento que se creía necesario para la vida–, mientras
que en sus cuellos largos y curvados quedaban atrapadas bacterias, esporas de
hongos y otros tipos de vida microbiana. De esta manera, se impedía que el
contenido de los matraces se contaminara. Pasteur mostró que si se hervía el
líquido en el matraz, matando a los organismos ya presentes, y se dejaba
intacto el cuello del frasco, no aparecería ningún microorganismo. Solamente si
se rompía el cuello curvado del matraz, lo que permitiría que los contaminantes
entraran en el frasco, aparecerían microorganismos. Algunos de sus matraces
originales, todavía estériles, permanecen en exhibición en el Instituto Pasteur
de París. "La Vida es un germen y un germen es Vida" proclamó Pasteur
en una brillante "velada científica" en la Sorbona, ante lo más
selecto de la sociedad parisina. "Nunca la doctrina de la generación
espontánea se recuperará del golpe mortal que le asestó este simple
experimento."
PROFESOR: EDUARDO
CAÑUETO